La estanflación es un fenómeno económico temido por economistas y responsables políticos debido a sus consecuencias de largo alcance y a la dificultad de combatirla. Se caracteriza por la combinación simultánea de tres factores: estancamiento del crecimiento económico, elevada inflación y alto desempleo. Esta paradoja, que combina indicadores tradicionalmente opuestos, complica considerablemente la gestión económica.
El origen del término “estanflación” se remonta a la década de 1970, cuando el mundo se enfrentó a una crisis económica desencadenada por las crisis del petróleo. La drástica subida de los precios de la energía provocó una inflación galopante, al tiempo que ahogaba el crecimiento económico. Las empresas se enfrentaron a un aumento de los costes de producción, lo que provocó una reducción de la actividad y despidos, aumentando la tasa de desempleo. Esto marcó el comienzo de la concepción moderna de la estanflación.
Tradicionalmente, los gobiernos y los bancos centrales han utilizado diversas herramientas para estabilizar una economía en crisis. Para combatir la inflación, los bancos centrales suelen subir los tipos de interés, frenando así la demanda. A la inversa, para estimular el crecimiento económico y reducir el desempleo, bajan los tipos e inyectan liquidez en la economía. Sin embargo, en un periodo de estanflación, estas herramientas son ineficaces e incluso contradictorias. Por ejemplo, subir los tipos de interés para frenar la inflación puede agravar la recesión al frenar aún más el crecimiento.
La estanflación representa, por tanto, un gran dilema para los responsables de la toma de decisiones económicas, ya que exige encontrar un equilibrio entre prioridades contrapuestas. Si se gestiona mal, puede tener consecuencias duraderas, como la pérdida de poder adquisitivo, el deterioro del nivel de vida y la persistencia de la incertidumbre económica para las empresas y los hogares.
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